Coco negro fue el primero. Luego siguieron Coco marino, Coco de algas y Coco de arena. La anatomía de la extraña criatura documentada en el cuaderno de a bordo de Russel Wallace (Islas Marshall, 1736) llamaba la atención. No se parecía a ningún animal vivo: de un orondo cuerpo provisto de cuatro patas hidrodinámicas se proyectaba un cuello serpentino culminado por un rostro sonriente tocado con turbante y pendientes. Y, a ambos lados, unas maracas. Aunque el sorprendente descubrimiento sería completado años después con el de sus hermanos océanicos, la literatura científica de su tiempo no le reconoció sus méritos. Valgan pues estos pendientes como homenaje.