BROTAR
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Luego, el padre iba enviándole a los dioses bienaventurados que por siempre existen. Llegándose a ella, uno tras otro la invocaban y le ofrecían muchos hermosísimos presentes y las honras que quisiera conseguir entre los inmortales. Pero ninguno podía persuadir su mente ni su ánimo, irritada como estaba en su corazón, sino que rechazaba con dureza sus palabras. Aseguraba, en efecto, que de ningún modo regresaría al fragante Olimpo ni dejaría maedrar el fruto de la tierra hasta que viera con sus ojos a su hija de grácil rostro.
(Himno a Deméter, 325-334)
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