EL DUELO
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Recibid, señora, el único adiós que voy a dar, y satisfaced mi última petición: dejadme a mi suerte, olvidadme por completo, no me consideréis nunca más presente en la Tierra. Hay un límite en la desdicha en el que incluso la amistad aumenta nuestros sufrimientos y no puede curarlos. Cuando las heridas son mortales, todo socorro se vuelve inhumano. Cualquier sentimiento es ajeno a mí, salvo la desesperación. Nada puede ya ser adecuado, excepto la noche profunda en la que voy a enterrar mi vergüenza. En ella lloraré mis faltas, ¡si es que aún puedo llorar! Porque, desde ayer, no he vertido ni una lágrima. Mi corazón marchito ya no me las ofrece. Adiós, señora. No me respondáis. He jurado sobre esa carta cruel que no recibiré ninguna más.
(Carta CXLIII, La Presidenta de Tourvel a Madame de Rosemonde)
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