Vuestras órdenes son encantadoras; vuestra manera de darlas es aún más gentil; podríais hacer que amase el despotismo. No es la primera vez, como bien sabéis, que lamento no ser ya vuestro esclavo; y por muy «monstruo» que me llaméis, no recuerdo jamás sin placer el tiempo en que me honrabais con otros nombres más dulces. A menudo incluso deseo merecerlos de nuevo, y terminar dando, a vuestro lado, un ejemplo de constancia al mundo. Pero intereses más altos nos llaman; conquistar es nuestro destino; hay que seguirlo: tal vez al final de la carrera nos encontremos encontremos de nuevo; pues, dicho sea sin molestaros, mi muy hermosa Marquesa, me seguís con un paso cuando menos igual; y desde que nos separamos para dicha del mundo y predicamos la fe cada uno por nuestro lado, me parece que en esa misión de amor, vos habéis hecho más prosélitos que yo. Conozco vuestro celo, vuestro ardiente fervor; y si fuese ese Dios el que tuviera que juzgarnos por nuestras obras, vos seríais un día la patrona de alguna gran ciudad, mientras que vuestro amigo sería como mucho un santo de pueblo.

(Carta IV, El Vizconde de Valmont a la Marquesa de Merteuil)