Un enigmático dios del vino extiende su fina copa al espectador. Minuciosamente dispuestas, las hojas de su corona se enroscan con un sentido exquisito suspendidas en el aire dorado. Algunas se han vuelto más finas que el papel. Otras, ya marchitas, se deslizan hacia la oscuridad, condenadas a arrugadas siluetas. Parecen manos extendidas, figuras desesperadas tratando de asir la luz. Qué eliges, nos interrogan. ¿La muerte o la vida? ¿La claridad o las tinieblas? Un dilema que incorpora este pendiente compuesto por dos pequeñas hojas superpuestas sobre una base dorada posándose sobre el lóbulo. Llega aquí una combinación llamativa repleta de significado.