Nada por aquí...

In the Mood for Love

2024
Una de las películas más tristes jamás rodadas: la de dos desconocidos que, lacerados por la infidelidad de sus parejas, se contentan con el simple deseo de amarse.

Dos décadas después, la obra maestra de Wong Kar-Wai nos sigue erizando la piel, escena a escena, plano a plano, con fotogramas que parecen lienzos arrancados de un museo. Entre cortinas rojas y bellas paredes estampadas, al son de los boleros de Nat King Cole y el vals hipnótico de Umebayashi, aquí seguimos, en una pensión de Hong Kong, extasiados ante los contoneos de la Sra. Chan y su colección de qipaos chinos cruzándose una y otra vez con su vecino, el exquisito Sr. Chow, fingiendo que se ignoran mientras la pasión les devora por dentro. Ella espera siempre a su marido. Él a su esposa. Con el tiempo descubren que ambos viven una aventura y ahí inician su particular infidelidad cómplice, primero en las miradas, en los roces, en los encuentros arbitrarios y luego en citas íntimas que nunca culminan. 

Una lenta elegía que fluye a través de los cuerpos de los amantes y de los espacios que habitan. 

El film sólo muestra lo estrictamente necesario. Estamos en el reino del vacío. De la ausencia. De la palabra no dicha.

Bienvenidos a In the Mood for Love, un ritual encantado en el que nada avanza de modo directo ni nada se dice de modo abierto; donde cada espejo o ventana, cada callejuela aprisionan y condenan a sus personajes a girar sobre los mismos sitios, a repetir las mismas rutinas en una especie de inmovilidad eterna, como el ensayo mil veces recomenzado de una puesta en escena que no llegará a representarse. Apenas hay diálogos. La palabra se preserva. La trama fluye a través de los cuerpos de los amantes y de los espacios que habitan: gestos en apariencia triviales, como encender un cigarrillo o deslizar la mano sobre el brazo, devienen instantes memorables. Una atmósfera onírica envuelve los escenarios, con rojos y negros que se desbordan por las habitaciones, del cubrecamas de terciopelo al farolillo de la mesita de noche; verdes que se esparcen sobre envejecidas paredes de papel pintado; biombos y jarrones de porcelana que se diluyen entre reflejos espectrales.

Las imágenes confieren textura a lo intangible, hacen visibles los sentimientos de los protagonistas.

Las imágenes se empeñan en fijar los evanescente, en conferir textura a lo intangible, tratando de hacer visibles los sentimientos con flashes y destellos, manchas de luz y de color, efectos de aceleración congelada y encuadres intestables capturando rostros, movimientos, ademanes. Pero estamos en el reino de la ausencia. De la dolorosa renuncia. Así que la indefinición se perpetúa, el encuentro jamás se concreta y la relación se enrosca hasta agonizar en el recuerdo.

El amor será imposible: sólo quedará el recuerdo de lo que pudo haber sido y no fue.

Aquellos tiempos pasaron. Todo lo que había entonces desapareció, sentencia un letrero en los compases finales. Sólo quedará entonces la memoria de lo que pudo haber sido y no fue. De algo que quedó encerrado en el vacío de la existencia. Que sólo pervive en el corazón de sus protagonistas y, desde ahora, en nuestra nueva colección.