Nada por aquí...

Piedras

2024
¡Nuestra Summer Collection!

Hablo de piedras que siempre se han acostado al raso o que han dormido en su yacimiento y en la noche de las vetas. No interesan a la arqueología, ni al artista. Nadie hizo con ellas palacios, estatuas, joyas; ni fortificaciones o tumbas. No son útiles ni famosas. Sus facetas no brillan en ninguna sortija. La arquitectura, la escultura, la glíptica, el mosaico, la joyería no han hecho nada con ellas. Han estado desde el comienzo del planeta, en ocasiones venidas de otra estrella.

No han sido talladas con la efigie de nadie, ni hombre, ni bestia, ni fábula. No han conocido más herramientas que las que sirvieron para revelarlas: el martillo de exfoliar, para manifestar su geometría latente, la muela de pulir, para mostrar su grano o para despertar sus colores apagados. Han seguido siendo lo que eran, a veces más frescas y más legibles, pero siempre dentro de su verdad: ellas mismas y nada más.

Hablo de piedras con más edad que la vida y que permanecen, en los planetas fríos, incluso después de que ésta tuviera la fortuna de eclosionar en ellos. Hablo de piedras que ni siquiera tienen que esperar la muerte y que no tienen nada más que hacer que permitir que se deslicen sobre su superficie la arena, el aguacero o la resaca, la tempestad, el tiempo.

El hombre les envidia la duración, la dureza, la intransigencia y el brillo, que sean lisas e impenetrables, y enteras aun quebradas. Ellas son el fuego y el agua en la propia transparencia inmortal, visitada a veces por el iris y a veces por un aliento. Le aportan, porque lo tienen en la palma, la pureza, el frío y la distancia de los astros, múltiples serenidades.

Como quien, al hablar de flores, dejara de lado tanto la botánica como el arte de los jardines y de los ramos –tendría aún mucho que decir –, así, por mi parte, olvidando la mineralogía, descartando las artes que hacen uso de las piedras, hablo de las piedras desnudas, fascinación y gloria, donde se oculta y al mismo tiempo se entrega un misterio más lento, más vasto y más serio que el destino de una especie pasajera.

(ROGER CAILLOIS, Piedras, 1966)