ESCARCHA
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Cuando te haces íntimo del glaciar, es una delicia recorrerlo un día cualquiera de verano. El calor del sol le otorga movimiento y voz. Aquí y allá se forman ventanillas de agua en principio casi imperceptibles, luego se unen en pequeños riachuelos parpadeantes que serpentean en el fondo de lechos fluviales en miniatura que ellos mismos excavan y de pronto desaparecen en una grieta de hielo dejando oír su queja de voz argentina. Como por arte de magia, el sol caldea la atmósfera. Transforma los riachuelos en torrentes que desaguan aluviones en las riberas. Con él, el glaciar recupera su voz. Literalmente, resucita.
(Pensar como un iceberg, pp. 51-52)