

EL PASEO DORADO
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Cuando salió a la mañana siguiente el sol calentaba de verdad, como si quisiera compensar la nieve tardía. Se desperezó y el calor acarició su piel. Tras pensarlo un instante, se acercó de puntillas a la cabaña del oso, que se limitó a mover las narinas. (Oso, Cap. VIII, p. 59)
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