PERSÉFONE
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Raudamente recorrieron los largos caminos. Ni el mar, ni el agua de los ríos, ni los valles herbosos contenían el ímpetu de los inmortales corceles. Ni siquiera las cumbres, sino que sobre ellas hendían en su marcha el denso aire. Se detuvo Hermes, que los guiaba, allá donde permanecía la bien coronada Deméter, delante del templo fragante de incienso. Ella, al verla, se lanzó como una ménade por el monte sombreado por el follaje. Desde el otro lado, Perséfone, cuando vio los hermosos ojos de su madre, dejando el carro y los corceles, se lanzó a la carrera y le echó los brazos al cuello, abrazándola.
(Himno a Deméter, 380-389)
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