¿Sabéis que me habéis hecho sentirme celoso de él? ¿Qué me habláis de eterna ruptura? Abjuro de esa promesa, pronunciada en medio del delirio: no habríamos sido dignos de hacerla si hubiésemos debido mantenerla. ¡Ah, espero poder un día vengarme en vuestros brazos del despecho involuntario que me ha causado la felicidad del Caballero! Me siento indignado, os lo confieso, cuando pienso que ese hombre, sin razonar, sin tomarse la menor molestia, siguiendo tontamente el instinto de su corazón, encuentra una felicidad que yo no puedo alcanzar. ¡Oh!, la perturbaré… Prometedme que la perturbaré. ¿No os sentís vos humillada? Os molestáis en engañarlo, y es más feliz que vos. ¡Creéis que lo habéis encadenado! Sois vos quien habéis sido encadenada por él, que duerme tranquilamente, mientras que vos vigiláis sus placeres. ¿Qué más haría su esclava?

(Carta XV, El Vizconde de Valmont a la Marquesa de Merteuil)