SABER
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Podéis imaginaros que, como todas las muchachas, intentaba adivinar en qué consistían el amor y sus placeres; pero, no habiendo estado nunca interna en un convento, no teniendo ninguna buena amiga, y vigilada como estaba por una madre diligente, tan sólo tenía vagas ideas que no lograba asentar; la propia naturaleza, de la que después he podido congratularme, aún no me daba ningún indicio. Parecía que trabajaba en silencio mientras perfeccionaba su obra. Sólo mi cabeza bullía: no deseaba gozar, deseaba saber; el deseo de instruirme me sugirió la manera de lograrlo.
(Carta LXXXI, La Marquesa de Merteuil al Vizconde de Valmont)