Nada por aquí...

Svalbard

2020
¡Oh, Svalbard!

La última esperanza del planeta depositada en el corazón de una montaña helada. En un archipiélago remoto entre Noruega y el Polo Norte. Bajo una bóveda tallada en la roca a cientos de metros de profundidad. Dentro de un búnker con millones de semillas, muestras de todas las plantas comestibles para alimentar a nuestra especie en caso de desastre mundial. Un Arca de Noé moderna diseñada para la vida eterna. Para afrontar cualquier catástrofe, ya sea natural o provocada por el hombre.

Pocos pueden franquear sus puertas, que se elevan monumentales como un faro sobre la ingente masa de hielo y dan acceso a una sala de control subterránea que registra y cataloga cada referencia, previamente deshidratada y sometida a rayos X, para introducirla luego en un sobre de aluminio envasado al vacío dentro de una cámara refrigerada a una temperatura inalterable de -18ºC, condición indispensable para que sus propiedades se mantengan intactas durante siglos.

Almacenadas en largos estantes, las cajas abarcan la mayoría de especies que alguna vez han sido cultivadas y cuyos orígenes se remontan a los albores de la agricultura. Las cifras son abrumadoras: 150.000 variedades de trigo y arroz, 80.000 de cebada, 40.000 de frijol y 25.000 de soja conviven junto a semillas más exóticas, como el guisante de mariposa colombiano, el maíz sagrado de los Cherokee, el maní Bambara africano, el caupí asiático o la inusual patata de Estonia, entre tantas otras.

Un tesoro de información genética al que contribuye la mayoría de naciones, ya sea Estados Unidos o Burundi, Alemania o Rusia, Irak o Corea del Norte, sin diferencias ni distinciones. Todas mediante valiosos aportes. Muestras irrepetibles: no se aceptan duplicados ni copias. Y sólo en caso de emergencia del país donante se permite retirarlas. Que las simientes no traspasen sus herméticas compuertas, que no regresen otra vez a la tierra es una señal, un signo de que el Apocalipsis (aún) no ha llegado.

Así que hasta aquí hemos viajado, hasta el semillero del mundo, para diseñar esta nueva colección de pendientes y collares que refleja, por un lado, el territorio salvaje que la rodea, con sus icebergs hipnóticos, los glaciares de formas angulosas, la luz de plata de la noche ártica bañando los muros de antracita que preservan la memoria vegetal del planeta; y, por otro, las semillas, auténticas protagonistas, con sus formas orgánicas y sinuosas en tonos oro, vino y negro traslúcido. Cápsulas en miniatura repletas de vida. Con su poder ilimitado, su extraordinaria potencia, siempre dispuestas a ser descongeladas para rescatar a la Humanidad de nuevo.